Omelet
1.
Un cavalier 97
toca el claxon
y se estaciona en una equina
donde quince monjas cantan soul.
Son
C19 y C30,
visten traje sastre,
corbatas rojas
y a menudo se acomodan
su sombrero panameño.
Piden café americano
y rosquillas glaseadas
a la camarera de vestido blanco
y peluca café.
Se tocan la nariz,
el mentón
y la barbilla,
después se frotan las manos.
2.
En la barra
hay tres ancianos
que discuten
sobre el problema del color:
uno dice que es un sueño que
nos enseña a creer
en las transformaciones
de la física,
otro dice que es una capa
que traiciona la memoria,
el último confiesa
que todo
lo que se busca
comprender
carga cierta rabia
y nos humilla.
3.
C30 pide un omelet mexicano
y C23 repasa el caso
limpiando su magnum
con un pañuelo rojo:
“Los perros no buscan ladrar
y lo hacen,
las plagas no escogen
hogares,
aparecen
por aparecer.”
C30 ríe
con la comida entre los dientes,
acomodando su sombrero panameño.
Brian
Ésta es la historia de Brian,
el chico que cambiaba de color
cuando reía.
Se le veía cantando
por la calle Juárez
a las seis de la mañana,
pantalones rotos,
botas boy scout
y calvicie prematura.
Sus muecas
hacían un ruido extraño
cuando mascaba chicle.
Similar a
un patito de hule.
“Puedes estirar la risa
pero no escogerla”
decía Brian
a sus hijos.
Eran tres
y los dormía
en una litera.
En las noches atendía
el negocio familiar:
una cantina cerca
del Mercado Hidalgo.
Una noche
cuando Brian
atendía el lugar
llegó un extraño.
Se llamaba Joe.
Vestía un overol café
con manchas de aceite para carro,
tenía una barba blanca
y le temblaban los parpados.
Joe bebió varias cervezas,
comió tostadas de maíz rancio
con queso de puerco
y miró con atención el ventilador
de aspas verdes.
“Si yo fuera tú
reiría todo el día, chico.
Nadie entiende
pero todos lo saben.
El sol un día
se irá a dormir”
dijo borracho.
Después eructó
y cayó dormido
detrás de la rocola.
Al día siguiente
Brian,
cantando por
la calle Juárez,
miró por última vez el sol.