Cali Chan. A Elisa le salen branquias

 

A Elisa le salen branquias

No he encontrado una crítica mordaz, meritoria de The Shape of Water. No sé si es temor a un linchamiento público que además alcanza tintes, no se sabe bien por qué, antipatrióticos. De mexicana no tiene más que la nacionalidad de Guillermo del Toro, y de que él, con uno o dos comentarios desafortunados, relacione la lamentable situación de México con su visión del mundo, que además, me parece compartida por la masa más apátrida del planeta: un elogio a la buena cara que hay que ponerle al mundo frente a la adversidad. Lo que en México se traduce en violencia, impunidad, corrupción y muerte. Y el tren sigue, como efectivamente dice del Toro, no se detiene. Habrá que vivir y sonreír. Esto es lo que él considera ha posibilitado su proceso creativo, donde es capaz de ver belleza en convivencia con lo monstruoso. Pero nada más alejado de este planteamiento en su última cinta, ahí el caos y la destrucción se delinean bien sin cruzar ninguna frontera y están tan demarcados que sus personajes se vuelven caricaturas del mal, del mismo modo en que el bien se encarna en la humildad más diferencial: una muda, un homosexual, una negra, un judío comunista y de remate, un monstruo amazónico. El cliché de la marginalidad, un recuento que podría parecer inofensivo de no confirmarse en la historia, tan real como novedosa: los buenos ganan la batalla contra el malvado coronel Richard.

Claro que la esperanza puede ser taquillera, aún más en un contexto que se empecina en recordarnos el deshielo de los polos. Uno podría salir de la butaca creyendo que el iceberg ha vuelto a solidificarse tanto como que a Elisa Espósito le salen branquias. Evidentemente el género es fantástico y en este sentido las posibilidades visuales están bien agotadas. Una estética que, como muchos han mencionado, nos recuerda a Amélie y Delicatessen. Con la fotografía, la película no sólo se sitúa en plena guerra fría, sino que también se alía con la propuesta vintage, a la que todo filme alternativo aspira; lo que no dudo, logra magistralmente, pese a esa reiterada paleta de rojos y azules que podría resultar monótona. Pero quizá sea el ritmo, pues aunque se venda amor y esperanza, el público está también acostumbrado a la acción intermitente. Puede ser que el último suspiro les haga olvidar el temblor impaciente de la rodilla.

La salida fantástica, las branquias que emergen de la protagonista que no sólo revive sino que ahora puede vivir bajo el agua, pudieran ser interpretadas en una tangente más realista y políticamente incorrecta: sí, el monstruo se lleva a la chica a las profundidades, no puede pensarse sin ella, el amor es así, nos lo han enseñado, es posesivo y para siempre. Todas las adaptaciones de los cuentos griegos y orientales que hace Disney deben reformular esta incorrección. Lo que me recuerda, la trama se parece a El viaje de Chihiro: ésta cae de pequeña a un lago y el espíritu del río, Kohaku, la salva. Más tarde lo recordarán, del mismo modo en que Elisa parece haberse topado de niña con el dios-monstruo. Pero cuidado, no estoy acusando de plagio a Del Toro, no podría haber más, su historia nos ha sido contada una y otra vez, con personajes marginales o sin estos; por el contrario, en la película de Miyazaki, un maestro del género fantástico, sus personajes se enamoran, se alían, se ayudan y finalmente, cada cual vuelve a su camino, sin remordimiento ni tragedia; pero en The Shape of Water, lo fantástico no se encuentra en la renuncia, aunque ésta sea entre el mundo terrenal y el acuático. El filme vuelve a reafirmar un régimen amoroso que ha romantizado el chantaje y la posesión en “la lucha por el amor”, cuando ésta no es, por lo general, contra un alevoso militar sino contra sí mismos.

El estereotipo se redondea, por si cabía alguna duda, con el sexo. Aquí el “monstruo” aparece como un alter ego masculino, héroe que además cura heridas. Nada nuevo, insisto, aunque se venda en cubierta de novedad, vociferada tanto o más como el acoso en la industria cinematográfica con la que, dicho sea de paso, comparte el mismo régimen amoroso. Si el filme tiene alguna relación con una especie de mexicanidad sería la de esa salida fantástica por la cual Elisa renuncia a su vida terrenal para volver a un estado acuático, primigenio, que le recuerda a su infancia, el líquido amniótico que en la adulta ya no es sino una prótesis:  la presa del muelle, lo que soportaría su infantilismo y el de todos.

Que del Toro ponga en juego ciertas estrategias taquilleras no me parece cuestionable, lo que me molesta es la etiqueta como producto “éticamente responsable” que oculta un incorrección denunciada ya desde hace una década, la del cuento de princesas; a la par en que se discute sin fondo sobre el acoso y la galantería, lo que — como expone Claire Dederer en un artículo[1]—  nos sugiere reflexionar sobre otros monstruos, más inmediatos si se quiere, y su pertinencia y crítica en el cine. En este marco, claro que no abogaría por una censura, eso es justo lo que ha promovido en el escenario a personajes aparentemente marginales pero que siguen las líneas del mismo libreto: el conflicto entre el bien y el mal, donde por supuesto, triunfa el amor. Si The Shape of Water fue enunciada como correctísima es porque en efecto se posiciona de un modo tan recalcitrante en un polo que termina en su opuesto: la incorrección.

 

 

[1]          (9 de enero de 2018), ¿qué hacer con el arte de los hombres monstruosos?, El País, https://elpais.com/cultura/2018/01/08/actualidad/1515416335_689166.html

 

 

 

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