No tengo idea, Salicio, frente al escenario
armado por la rubia estrambótica,
de qué arguyen estas marionetas,
cómo se hacen señas, autistas
desperdigando palabras mudas, débiles maquinarias
empantanadas: insectos, entran a una caja
que es más bien boca de lobo
con pésimo aliento.
No creas que te lo cuento por nada,
es sólo que me siento ante un bosque de burbujas,
tratan de hablarse entre sí
y apenas se tocan, se rompen.
Hospital de Salud Mental
Cocina Fósforo en el Moyano, peripecia de secretarias
con la taquigrafía vuelta de revés; los anillos en los dedos
evitan que se caigan
de las manos. Más vale ser precavido.
La mañana congrega modales de ceniza.
Circunstancia impredecible
Sucede si miro una película de terror:
no sé si asegurar la puerta de la calle con cerrojo
para que no entre a husmear ningún monstruo,
o para no dejarme salir.
Caminando en la oscuridad
La noche empieza a ronronear, a hacerse la difícil
bajo una luna
de sórdidos quilates, presagio
de abuelita educada en las artes de salvaguardar el pudor
de su Blancanieves tirada en la mesa, desnuda
con una manzana en el hocico.
A mil cien pies de altura las azoteas se ven tan bobamente
dispuestas, igual
estoy aterrado como un cocodrilo de zoológico
ante un niño. Heme aquí, contrario a la oscuridad
como una envoltura plateada de Beldent sin azúcar
con sabor a manzana.
Carlos Vicente Castro (Zapopan, 1975). Licenciado en Letras por la Universidad de Guadalajara. Ha publicado los libros De la música el silencio (2015), Apócrifos (2013), Cinta de Moebius (2013), Circo (2012), Carcoma (2006) y Raíces temporales (2000). Imparte Literatura Mexicana Actual y Taller de Escritura Creativa en el ITESO. Coordina el taller literario “La zanjita” en el Museo del Periodismo y las Artes Gráficas. Entre otros medios, ha colaborado en Crítica, Luvina, La Colmena, El Informador, Punto de Partida y Periódico de Poesía de la UNAM. Es editor de la revista de poesía y artes visuales Metrópolis.