Eduardo Padilla. El arte del rodeo

 

El arte del rodeo

 

He visto dos horas del nuevo material de David Lynch* y mi entusiasmo por el cineasta se ha reanimado al rojo vivo que tenía hace 20 años.

Hace un par de días le di un nuevo vistazo a la vapuleada Twin Peaks: Fire Walk with Me, de la cual tenía un mal recuerdo. Vaya sorpresa: a pesar de algunas manchas, la cinta me pareció una belleza; el trabajo de Sheryl Lee en especial, el calvario de Laura Palmer, me ha hecho darle aplausos a la pantalla como si la actriz pudiera oírme.

Ahora quiero hablar sobre una escena.

Se trata de una digresión que parece tener muy poco que ver con la trama. Algunos la acusan de extrañeza forzada— Lynch dándole a los hinchas su dotación de surrealismo pop patentado durante la serie. Y en cierta forma es verdad que la escena parece un total disparate. Pero hay gato encerrado ahí. Gato que habla como serpiente.

Gordon Cole (Lynch) le pide al agente Desmond que se encuentre con él en X pista de aterrizaje privada, perdida al interior de Montana. La elección de Chris Isaak para el papel es socarrona: ¿alguien ha visto un agente federal tan hermoso y bien peinado? El glamour derroca al naturalismo.

Lynch e Isaak se encuentran en la pista. Los acompaña un Kiefer Sutherland autista. Todo normal hasta ahí. Luego Cole le dice a Desmond, te traje un regalo. Del hangar emerge (hay bajo la sombra una avioneta amarilla) una mujer roja. Vestido rojo, pelo rojo, zapatos. Un artificio rojo. La mujer ejecuta una pantomima absurda mientras Lynch le suelta un par de frases herméticas a su empleado. Termina la escena.

Más tarde Isaak y Sutherland comentan lo que pasó mientras manejan por la carretera. Qué escenita, con la mujer de rojo, dice Sutherland (claro, Lynch está jugando; está aplicando capas de autoconsciencia con brocha gorda). Isaak responde con una serie de elucidaciones. Decodifica la escena anterior para la audiencia. Nos dice a todos qué era lo que realmente se estaba diciendo allá. Lynch y sus juegos. Se trata de un código privado. Cole deseaba transmitirle a su detective un conjunto de pistas que lo ayudarían a resolver un asesinato. La pantomima de la mujer roja y las frases incomprensibles son su manera críptica de pasar el mensaje.

Aquí es donde se pone interesante el asunto. Si uno quiere sacar sentido a estas secuencias con el método convencional, saldrá frustrado. Ya que no tiene sentido alguno que Cole-Lynch arme todo ese teatro para transmitirle un mensaje al agente. Si fuera esto un thriller de espías, y los personajes se supieran vigilados, vale. ¿Pero a la mitad de la nada en Montana? Es absurdo.

Ah, pero hay una palabra clave. La palabra es regalo.

Lynch le regala a la audiencia un artificio. ¿Por qué no lo dice directo? Porque decirlo directo es aburrido. Pero una circunlocución llena de color y desconcierto, eso es un regalo, y también un ejercicio de preparación mental previo al viaje. Se trata de un tobogán que hace rodeos innecesarios pero te expulsa divertido. Es una figura retórica, ni más ni menos. La pantomima de la mujer roja es una perífrasis. ¿Y a quién le gusta andar con este tipo de rodeos?

A los poetas.

Resulta que la escena chiflada, el divertimento sin sentido que poco tiene que ver con la trama (pero mucho que ver con la esencia de la obra) es un homenaje a la poesía.

Porque en realidad Lynch hace poesía narrativa. Y laberintos. Laberintos movedizos. Con salas de espera al centro donde los enanos bailan y hablan al revés. Luego pasan 25 años y los enanos ya son árboles que parecen neuronas. De nuevo, la belleza derroca al naturalismo, mientras la poesía juega a las adivinanzas.

Porque si uno sólo quiere andar en línea recta, no tiene caso ver a Lynch. Su regalo avanza serpenteando.

* Twin Peaks, Temporada 3, Episodios 1 y 2.

 

 

 

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