Eduardo Padilla. Los buenos imanes

 

Los buenos imanes

 

 

Las palabras son los cubiertos de los pobres.

 

Obleas en boca de todos

los suplicantes.

 

Larvas de mosca

Sarcophagidae

en la mollera

de los nuevos reclutas.

 

Limosna en la charola del que fue a la escuela

y volvió sin brazos.

 

Monedas que entre más circulan

menos valen.

 

Pero

aunque todo sea desgaste

(y es cierto que me duele el culo

de tanto darlo todo por sentado)

hay palabras que no entiendo

cómo diablos

van cogiendo

electromagnetismo

con cada vuelta;

su maña espiral

alude al caracol del oído

y es ahí donde se alojan.

 

Claro que

los poetas y los hacedores de mitos

también viven en el oído.

(En la cueva del oído se esconden los prófugos.)

Poe, por ejemplo.

Ulalume, Ligeia,

el cuervo del estribillo:

agujeros negros de alta factura.

La gravedad de estas palabras es dominante, ergo—

la luz va y se pierde en su tonel negro,

la barriga bailarina de la que cuelgan todos los cielos.

 

La barriga que baila la Zarabanda de Händel.

 

La barriga que baila en Rioja

la danza de los zancos

para exhibir

los trapos del sol

y la sabia lección del trompo.

 

La barriga que baila en Costa de Marfil

con los negros que son grullas

que son trompos

que son brujos

y esclavos de la elipse.

 

Gira lejos la barriga

y come todo lo que cae en sus faldas;

los sopla-flautas de Pan

y Joujouka

le dan cuerda todo el día.

Gira con el calderón de las brujas donde se cuecen las médulas

y las potencias.

Gira hasta que todo queda limpio y comprimido,

ergo los diamantes

que a tantos hombres maté

para poder engarzar en tu anillo.

 

Ya recuerdo otra palabra-imán

que nunca se acaba

en la literatura

o en las otras colonias—

¡es la palabra horror!

Yo digo que Conrad

escribió El Corazón de las Tinieblas

como quien construye una pirámide empezando por la punta;

que escogió la palabra horror

–palabra esfinge–

y la repitió hasta quedar en trance.

 

Horror

canta el trompo de marfil cuando gira

y con cada giro la jungla circular se expande.

 

 

 

 

Eduardo Padilla (Vancouver, 1976) es traductor, jugador compulsivo y autor de Wang, vector (Ornitorrinco); Zimbabwe  (El Billar de Lucrecia); Minoica (escrito en colaboración con Ángel Ortuño, publicado en editorial Bonobos) y Mausoleo y áreas colindantes (La Rana). Su libro más reciente es Blitz, publicado en la editorial filodecaballos.

 

 

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