Flor Bosco. ¿Y qué gano yo?

 

Hiciste bien en huir

 

Hiciste bien en huir

de esta prisionera

y su perversa voluntad,

de su voz astillada,

de sus recados despóticos;

eres susceptible

de tener mala suerte,

es fácil desplumar tu tobillo,

hiciste bien en huir.

A mí los párpados

se me han llenado de buitres,

de una insistencia,

como la síntesis de un clamor.

Germina una guerra impasible

en los ríos,

redacto panfletos

con un poema asirio como lema:

Haré que los muertos asciendan

y devoren a los vivos.

Se necesitan contradioses,

despertó mi otro yo carnicero.

Para mí que sé más de la cuenta

sobre el sagaz abismo,

tendré que dejar de hincarme,

de seguir acostada en el sillón.

En el momento decisivo una música

importuna pide tregua,

no puede morirse aún el emisario.

Escribo entonces

sobre la histeria de los perros,

sobre el urgente regreso

de los vientres íntimos.

 

 

Pájaros níveos

 

¿Quiénes éramos antes

de dejarnos caer

en la maraña?

Hachazos en la lengua,

ruego letal de arcilla postrada,

fantasmas emisarios,

cavidad en la palabra.

Entre hierros y presagios,

trampas de tinturas y antimonio,

prometemos, otra vez,

bajo tortura,

evitar el disfrute.

Las doctrinas de ciertos universos

nos llaman sacos de estiércol,

iniquidad babilónica.

¿Quiénes éramos antes

de dejarnos caer

como moscas

sobre un lomo enmarañado?

Entrañas llenas

de pájaros níveos.

 

 

A orillas del mar rojo

 

Deseo de tener un cadáver

en la cama,

de insuflar en los perros

virtudes oraculares.

Hipnótica repetición de tener

un cadáver en la cama.

Devorar pergaminos

como único cerrojo.

Olfateando un tajo místico

los inquisidores sospechan

de los túneles helados,

de los salmos silenciosos.

Coleccionan legiones degolladas

en su vasto y oscuro olvido de Dios.

Imputan sueños de insolencia

a la niña durmiente

sobre un globo negro:

La desobediencia

a orillas del mar rojo.

 

 

Nodrizas de la huida

 

Salgo de la vasija rota de Salomón,

regreso a los quehaceres

de ermitaño

cortando raíces del jardín

astrológico.

Sonido de la bestia.

Me hallarán encandilado

entre luciérnagas

buscando una aurora, una ruta.

Luciérnagas como fogones,

nodrizas de la huida.

 

 

¿Y qué gano yo?

 

Se decretó que este rostro fuera mío,

empobrecido cerebro

montando una serpiente.

Quinientas treinta y nueve

voces marinas

escriben mi hagiografía.

¿Y qué gano yo?

Alfil quebrado sobre ortigas,

gris del humo prometeico,

trampa entre migajas,

un cero uno ochocientos

que nunca responde.

Se decretó que culminara

con un baile

epiléptico.

¿Y qué gano yo?

La mirada menguante y

el vientre hinchado

por las aguas

del Leteo.

 

 

 

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