Los siguientes poemas pertenecen al libro La taza rota (Ediciones Liliputienses, 2020):
Cielo algo nublado
Yo sé que los árboles confían en el viento
para transportar el polen. Como de un largo viaje,
bajo la higuera apareció
el leopardo extinto.
Los nenes que salían de la escuela
llamaron a su mamá, la mamá llamó a sus vecinos,
los vecinos acudieron al gobernador
—¿quién es ése de la remera verde?
Prósperos, en sus sueños
y en sus ciudades,
y una paloma haciendo guardia
detrás de un vidrio empañado —los mensajes
que no llegaron todavía.
A veces las cosas pasan demasiado cerca
y el pasado parece un funeral sin llanto.
No te olvides de dejar la ventana abierta
para que no regrese.
*
Bueno, es hora de que nos cuentes qué pasó.
Su voz dice: Nos separamos. Esta vez es de verdad.
El aire no pesa:
una uva solitaria se renueva sobre la parra.
Nunca llegás a conocer a alguien.
Tampoco se puede decir todo lo que se pierde con una separación.
No estamos en condiciones de comprender
lo irrepetible de un sabor, y el miedo
de quien ensaya la misma receta, una vez, otra vez.
Todavía queda comida en los platos
como luna en el cielo a las dos de la tarde.
El cuerpo de todas las personas que amé,
de espaldas:
Lo que no era para mí.
Su amor como un transbordador de la lejanía.
El pequeño gesto al apagar la hornalla.
*
Memorias de los viajes
Hay un efecto de eclipse
en el que las hojas se reflejan
por la mitad, como cuchillos
¿Una pintura japonesa?
Pero no era necesario
que algo se mostrara completamente
para comprenderlo.
Muchas veces creí estar en el tren correcto,
sin embargo me dirigía a la dirección contraria.
*
Primero el dolor de la muerte de mis animales
antes, unos círculos se abrieron en una pileta a oscuras
como una canción de cuna en un hospital
que abandonó su fuerza y soltó su piedra.
Un cableado eléctrico rodea todas las casas del mundo.
Los sapos rodean un sol de noche, hipnotizados.
Allá vivías vos, era una isla de vidrio como ojos sobre una almohada.
Allá vivías vos.
Una mujer de capelina rosa
entra en confusión, perdida en un pasillo, un identikit
para que dos policías capturen lo que era el amor:
(Temblando)
Un estetoscopio frío obsesionado con un corazón,
lamparitas que atraviesan todo un predio, una ventana, un árbol
algunas dejan de encenderse, y si me dijeran de qué color,
no sé, cuándo fue la última vez que las viste, no sé.
Allá vivías vos; y como un timbre detrás de la puerta,
sonabas y sonabas ante todo movimiento,
y a las chicas que ponían su mano en las cosas brillantes
que estaban en la vidriera,
un hombre les hacía un gesto:
no pueden salir sin que de nuevo las encuentren.
La madre dijo a cada hija que llegó temblando
los diarios aguardan abiertos debajo de la puerta
y como flores decapitadas nosotras siempre respondimos
(Susurrando)
Sabemos, sabemos, sabemos.