Día de asueto
Hay un plan para todos
atrapado en una galleta,
donde habitan posibilidades de colores centelleantes
como piedras mojadas,
a la orilla del río.
Imagina esto:
Una posibilidad envuelta en gluten
sopesando las dimensiones del frasco que habita
sin saber que allá afuera,
— lejos del vidrio —
existe un paraíso de posibilidades infinitas
que esperan su turno de subir al columpio
con la tranquilidad de un artilugio inservible.
La demora
El pánico abre su puerta a las ocho de la noche,
se coloca debajo del muérdago
y espera con la paciencia de un ahogado
que guarda la esperanza
de convertirse en ancla.
Tejido
La vestimenta del viernes
memorizó el dolor en cada fibra.
Se estremece antes de tocar la espuma
con la punta de la tela.
Qué dirían esos trapos si nos vieran
fracturando la tablaroca,
alzando el puño
con ganas asesinas
de romper el paisaje.
Se arrastrarían debajo de la cama
para erguir una ciudad aparte
de retazos desgastados
bordados inconexos,
carreteras de cierres flexibles
y etiquetas atropelladas en medio del camino.
No basta con mojar la ropa, fregar la sangre
ni rematar al animal mitológico que yace sobre la alfombra.
Hay que olvidar la mancha, disimular la vergüenza arrolladora
de este juego vesánico de cariños urgentes.
Reconciliación
La maceta grande tiene cara de saberlo todo,
de comprender el andar renco de la hormiga obrera
el filo de las altas cuchillas de nieve
y el misterioso zumbido de Taos.
Me siento a su lado, atenta,
la miro sopesar cada segundo
con la calma de un río
en medio de una tarjeta postal.
El barro y yo nos entendemos bien,
hablamos de los remolinos de fuego
y nos reímos de los transeúntes
que aparentan ser palillos chinos.
Antes de que llegue la lluvia
con su pestañeo insistente,
acaricio la orilla en un acto de fe
y siento su piel salpicada de tierra.
Le pregunto sobre la trayectoria de las piedras rodantes
antes de empujarla por el balcón.
Guarda silencio sobre el Valle de la Muerte
y revientan con ella, todos los secretos del mundo.