Víctor Arta. De buena familia

 

De buena familia

 

Nadie te conoce

nadie

ha escarbado

tus ojos.

 

Te busco

bajo ese lodo

con el que hacen

las sombras.

 

Te invoco

como señal

de la Santa

Cruz.

 

Persigna

desde la greña

hasta el pecho.

 

Pergeña

tu silueta

asomada

en una veta

de encino americano

en los muebles

en buró del cuarto.

 

Otros tienen

un amigo imaginario.

Yo,

me lo conseguí enemigo.

 

Un enemigo

te ayuda a fracasar

cuando más lo necesitas.

 

Un alivio si piensas

que los demás

deben fracasar

por sus propios méritos.

 

Los tildan de locos,

hablan solos

mientras juegan

 

co

mo

mal

di

tos

dro

ga

dos.

 

Yo

no tengo esas charlas extrañas.

 

Tan sencillo:

me siento acompañado

cuando tropiezo,

cuando se desliza del bolsillo

el billete

para comprar mi lonche

en el recreo.

 

Sé que estás ahí.

Huelo tu aliento

de Dorito Nacho.

Siento tu sombrero de felpa,

seguro tienes las manos

como demonio.

 

La psicóloga

se regodea

con dibujos

que hacen los otros

de sus amigos

imaginarios.

En mi caso

reservo los garabatos.

Luego

todos querrán uno

igual al mío.

 

Yo ni sabría dibujarlo.

 

¿Cómo?

de entre tanto oscuro

sólo los dientes asoma.

 

Todo es pardo.

Se confunde

con los pelos del gato,

con el mapa del Pelo-poneso

de mi hermano.

 

Como buen enemigo,

se esmera.

Si yo pido verde

él quiere gris.

 

Sé que me entiende,

que sabe llevarme la tristeza

en bandeja de plata,

cuando los demás

han de esforzarse más,

mucho más,

en conseguirla,

empeñados en descubrir

que quien les tumbará

la felicidad

serán sus padres.

 

 

 

Imagen: Ford Madox Brown. «Take your Son, Sir»

 

 

 

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