Sobre Siluetas hablando porque sí, de Diego L. García

 

El buzón está colmado. Sobre Siluetas hablando porque sí, de Diego L. García

Daniel Bencomo / Álvaro Luquín

Hace algunas semanas, mientras coincidíamos en la lectura de Siluetas hablando porque sí, platicábamos a distancia por mensajes de voz y vino pronto a colación la poesía de Diego. Hablamos del trayecto que media entre (Fotografías), Las calles nevadas y el más reciente Siluetas hablando porque sí (2022, Casa Vacía Editorial), encontramos algunos puntos de interés y discusión y decidimos ensayar este comentario juntos. Pensamos en la relación de la obra de Diego con las ondas expansivas del neobarroco –neobarroso, postbarroco, transbarroco, el neoborroso planteado por Kamenszain. La densa materia que se emerge en sus textos parece también vincularse con voces como las de Daniel Freidemberg, Mario Arteca o algunos pasajes de la obra de Martín Gambarotta. ¿Cuáles son los límites que recorre García en sus poemas? ¿Cómo opera el lenguaje en sus textos para fabricar presente? En ellos, aunque así lo sugiera una primera impresión, no se desintegra el motivo: en todo caso, nos parece, la trama se condensa en una expresión que desarticula el pensamiento de quien le acompaña en la lectura, el “a dónde va” y el “a qué se refiere”:

 

novelas Pulp dice la página

es decir la prueba terminada de que esos fantasmas

tienen más para decir que sus salarios

aunque las luces y las rejas

atraviesen los espacios del cuerpo.

 

Aquí parece mostrarse una crítica bastante ácida, casi onírica, al capitalismo o realismo capitalista, como indicaba Mark Fisher, en concreto: a todo estatuto de una estructura hiperrealista de la realidad, sometida al imaginario impuesto por el mercado y sus adeptos. En Siluetas, García propone que es posible salir de ese circuito y acceder a otro vía la imagen poética; la consistencia de sus poemas aplica un cortocircuito donde todo parece tener una vida independiente del sistema de realidad en el que estamos inmersos.

La estrategia no implica una denuncia frontal, declarativa, contra ciertas estructuras económicas y biopolíticas en que se asientan las asimetrías que marcan nuestro tiempo y nuestros colectivos sociales. Su proceder es distinto: la crítica ocurre a través del desenfoque y fuga de la posición subjetiva –un cierto licuamiento de lo privado– a partir de la articulación enrarecida de lo evocado o soñado.

Lo anterior impregna de extrañeza el lenguaje y, creemos, proviene de algo que ya impera en sus dos libros precedentes: la naturaleza hipermediática de cualquier experiencia que llega a la superficie del poema. Uno se encuentra en sus textos, con frecuencia, rastros de otros medios: fotografías, series televisivas de décadas pasadas, registros periodísticos, novela negra o clásicos hollywoodenses suelen ser el disparador, un anzuelo, la ingeniería de luces del poema. Es posible sentirse, en su lectura, dentro de una atmósfera vintage en extremo desterritorializada –en un cuadro de Hopper, en una foto de Saul Leiter, en Mikey and Nicky de Elaine May–, que combina un efecto siniestro con uno en apariencia muy hospitalario: la experiencia de vivir entretejidos en matrices culturales coloniales y de intentar entretejer en ellas, y a partir de ellas contra ellas, un presente propio. Su correlato más frecuente es el de la fotografía y sin duda, podría compararse su proceder con el de algunas fotografías de Saul Leiter: en ellas, pareciera que todo lo humano emerge a través de una serie de planos superpuestos de reflejos, borraduras, colores, nieve o lentes empañados: “lo que pudiera estar relatando no tiene más sentido/ que la nieve de esas calles./ el foco está imposible”, escribe García en Las calles nevadas. El desenfoque nubla cualquier vivencia singular en el poema, el cual parece un compósito de trazas mediáticas transpuestas. Cualquier rastro de experiencia emerge a través de otra contemplación estética y para exponerlo hay que recorrer el camino doblemente: ir hacia ella a través de otros medios y volver hasta la superficie del texto. Lo que queda entonces es algo lejano, en apariencia despersonalizado, obturado en un fraseo breve y en clave narrativa de compleja conexión, en la que sin duda se muestra lo crudo de nuestros aquís descentrados:

 

la jarra de té helado para enfriar el trauma

de asesinar espantapájaros

en el sudor nocturno de la pubertad.

por eso ha lijado su techo                                                                

hasta el hueso antes de pintarlo

del mejor blanco occidental.

la figura de un niño con camisa a cuadros

que parece reír por dentro.

 

Pareciera que el poema secciona lo colectivo y volviera de ello con una instantánea o un collage de gestos lingüísticos, desde los cuales puede darse cuenta del simulacro de toda constelación cultural y política. El poema aparece como un simulacro del simulacro del mundo, una escenificación: “la lengua no es un set de filmación / pero hasta el mínimo ruido está siendo grabado”: cualquier cosa que se evoque es más una proyección de sombras de las multitudes que una vivencia exquisita, pulida por el trabajo de elección y depuración del poema.

Siluetas hablando porque sí nos confronta con el lenguaje establecido por los mass media y por las estructuras biopolíticas, económicas y sociales que postulan, por su parte, el uso de un lenguaje en apariencia terso y lineal, que puede proyectar un fin determinado y determinante. El universo de este libro es uno tal que, si lo lees de corrido dices ah, qué locura. Pero cuando se vuelve a la lectura, y se pone atención a los detalles en que se fundan los textos, aparecen –como pistas de realidades tan volátiles– siluetas hundidas en infinitos discursos, imágenes, sonoridades captadas como una fotografía que nunca fue pero se ha vuelto presente y espectral. Diego toca esos temas que ya todos presentimos o sentimos por dentro, pero gracias al capitalismo y sus ofertas de opciones y vidas infinitas, quedan escondidos en el inconsciente colectivo porque ¿en qué se parecen aquellos y aquellas que tiene un nuevo trabajo, su trabajo deseado por años y alguien con:

un trapo blanco para limpiar el zapato

mientras el corazón se quema

como un bosque requerido

 

por el negocio inmobiliario.

 

(…) algo que fue, una parte

para recordar.

 

Este libro transita por las cavernas de lo ignorado/invisible, acontecimientos que de tan nimios, pasan como ráfaga de voces en un café o restaurant. En Siluetas hablando porque sí se ponen de cabeza argumentos compartidos por miles o millones de personas y se les expone en un arreglo que permite pensarlos, integrarlos y sentirlos de distintas maneras, aunque siempre estemos desarmados ante ellos. Al pensar, diseccionar y fundir elementos y escenas en una matriz narrativa de dislocación / disociación, se muestran experiencias que parecen no estar vinculadas a individuos concretos, pero que son muy humanas. ¿Quién escribe las miríadas de historias de miríadas de personas que se escriben día con día? Con esto se ofreció para nosotros otra clave de lectura: en los textos de Diego parecieran salir a flote fragmentos, trozos de iceberg de eso que Boris Groys denomina, en La fenomenología de los medios, la subjetividad submediática, que aquí entendemos como aquello que permanece en lo oscuro tras los signos y que circula bajo la producción de los signos; a ella solo se puede acceder desde cierta intuición paranoica y de la cual se puede tener una lectura política –en grado mayor o menor, dependiendo el enfoque– de su latir en esa región no visible, como apunta Groys: “La subjetividad habita el oscuro espacio de la sospecha, invisible e inaccesible por principio.”

puede limpiar los platos

o saltar por la ventana

todo en un relámpago de sudor

que no podrá evitar que la carta llegue.

el buzón de la realidad está colmado.

pero hay espacio en la muerte

para que todos digan lo suyo.

pagamos para oír

pero solo son siluetas hablando porque sí. no hay más expectativa

nadie explicará todo esto por nosotros

 

Siluetas hablando porque sí, en tanto título, ya nos propone una clave: De ahí que lo real aparezca y, de forma simultánea, colapse entre estratos de signos mediados por signos, donde parece difícil que alumbre un sentido: el buzón ya está colmado. Siluetas sin fin alguno, somos porque sí en un mundo que, contradiciendo a Leibniz, no es el mejor. En estos poemas no hay un lamento explícito de lo que hemos perdido o destruido, más bien se le exhibe en su depredación espectral:

tras una pared y otra

nos movemos como palabras

que encajan en una frase

sin estar diciendo nada.

son posiciones para disputar lo visible

los árboles ya no están allí

(…) un cigarrillo para no tener que hablar

cuando está dicho todo.

 

Las imágenes se imponen con fuerza a cualquier intento de aprehender en ellas un correlato confortable. Lo confortable es una carta que no llega, que tampoco está oculta en un sitio justo enfrente de la vista nublada: es apenas una región de probabilidad –y muy probablemente de injusticia. Solo queda un cigarrillo, que ocupa al consumirse el sitio de lo dicho.

Desde (Fotografías) Diego ha procurado estrategias que acusan estas fricciones mediales. Desde el cine mudo ha tirado un hilo, una línea en que se afirma que el sonido, la voz, diluyen todo aquello que puede ser contemplado para mostrar cómo las cosas que uno suponía cotidianas e inmutables podrían derramarse, en un segundo u otro, de ese buzón de la realidad ya colmado.

 

 

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